lunes, 31 de marzo de 2014

EL PASADO QUE NOS PESA: LA MEMORIA COLECTIVA DEL 11 DE SEPTIEMBRE DE 1973*

REVISTA DE CIENCIA POLÍTICA / VOLUMEN XXIII / Nº 2 / 2003 /

EL PASADO QUE NOS PESA:
LA MEMORIA COLECTIVA DEL
11 DE SEPTIEMBRE DE 1973*


JORGE MANZI,
ELLEN HELSPER,
SOLEDAD RUIZ,
MARIANE KRAUSE,
EDMUNDO KRONMÜLLER

PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE

Resumen

El presente artículo muestra los resultados de una encuesta de opinión pública acerca del 11 de septiembre
de 1973 y el Régimen Militar, aplicada a 792 personas de la Región Metropolitana.
La muestra

contempló participantes de distintas orientaciones ideológicas y de tres generaciones políticas: quienes
cumplieron 18 años antes de 1973, los que lo hicieron entre 1974 y 1989, y los que llegaron a esa edad
a partir de 1990.
Los resultados confirman que se trata de una fecha que posee importancia subjetiva

para la mayoría de las personas. Los análisis revelaron que las diferencias generacionales son relativamente
menores. La posición ideológica subsiste como un factor fuertemente diferenciador del recuerdo
que se tiene sobre este período de la historia chilena, aunque también se constataron convergencias
inesperadas entre personas de distintas posiciones.


PALABRAS CLAVE • Chile • Memoria Colectiva • Memoria Social • Cognición Política

EL PASADO QUE NOS PESA: LA MEMORIA COLECTIVA DEL 11 DE SEPTIEMBRE DE 1973

El 11 de septiembre de 1973 es el hecho histórico ampliamente considerado en Chile como el
más significativo de la segunda mitad del siglo XX y, posiblemente, de todo ese siglo. A casi treinta
años de ese día, esta fecha sigue teniendo vigencia en la política nacional, los medios de comuni-
cación y la opinión pública. Varias razones pueden explicar su gran impacto. En primer lugar,
significó una ruptura violenta con la tradición democrática de nuestro país, que interrumpió
drásticamente el proceso de cambios que se había acelerado a partir de los años sesenta. Por
otro lado, tuvo como consecuencia graves violaciones a los derechos humanos, dejando una
profunda huella, especialmente en sus víctimas, cuyas secuelas perduran hasta hoy. Por último, la
intervención militar produjo transformaciones económicas, sociales y culturales que modificaron
de manera fundamental el carácter del país (Moulian, 1997; Jocelyn-Holt, 1999).
Además de sus efectos macro-sociales, estos episodios tuvieron profundos efectos psico-sociales,
incluso, en personas que no se encontraron directamente involucradas o afectadas por ellos
(Ruiz, 2003). El impacto de ellos se manifiesta, claramente, en la dificultad que ha tenido nuestra
sociedad para asimilarlos, situación que se expresa aún hoy en discusiones sobre cómo denominarlos,
cómo recordarlos (Tocornal, 2000) y, más recientemente, en cómo tratarlos en los textos
de estudio.
Por otro lado, la sorpresa y trascendencia de lo ocurrido el 11 de septiembre de 1973, transforman
esta fecha en un evento de significación autobiográfica, con características propias de lo que
ha sido denominado una memoria de flash (Finkenauer et al., 2000). El recuerdo vívido y persistente
de los hechos define un antes y un después en la vida de muchas personas, determinando un
cambio o interrupción del proyecto vital, asociado, generalmente, a una tendencia a volver repetidamente
sobre ellos.
En síntesis, las profundas transformaciones que conllevó el Golpe Militar, tanto a nivel político y
económico como psicosocial, han quedado en la memoria de todos los chilenos, conformando la
memoria colectiva de uno de los hitos más relevantes de la historia de nuestro país.
MEMORIA COLECTIVA
Desde sus inicios la noción de memoria colectiva ha combinado al menos dos condiciones: la
naturaleza social de muchos eventos que se mantienen activos en el recuerdo de una gran cantidad
de integrantes de una sociedad, y el carácter social de las influencias que inciden en su
interpretación y evocación.
La idea de que la memoria tiene un carácter social encuentra uno de sus antecedentes en Bartlett
(1932), quien propuso que ésta es esencialmente constructiva, y no reproductiva, lo que significa
que ella no es estable, sino que es una recreación del pasado. Dichas recreaciones tienen una
dimensión colectiva, pues al recordar hechos de la vida cotidiana, la importancia de los factores
sociales se intensifica, siendo muchas veces las instituciones sociales y características culturales
de los grupos las que determinan de manera central las formas del recuerdo.
En la misma línea, Halbwachs (1925/1992, 1998) propuso por primera vez la noción de “memoria
colectiva”, refiriéndose con ello a la memoria de los miembros de un grupo que reconstruyen el
pasado a partir de sus intereses y marcos de referencia presentes. Esto implica entender a ésta
como una actividad social, no tanto por su contenido, como por ser compartida por una colectividad
y, sobre todo, porque los procesos de intercambio social de los recuerdos, que se producen
mediante la comunicación interpersonal, influyen de manera fundamental en la construcción y
mantención de ellas (Páez et al., 1998). Así, el recuerdo de un acontecimiento es compartido por los miembros de un grupo, que modifica su representación del pasado en función de las tareas y
necesidades presentes, cumpliendo, entre otras cosas, funciones de cohesión grupal (Jedlowsi,
2000) y permanencia de la identidad (Ramos, 1989).
La naturaleza social y grupal de lo vivido tiene como consecuencia que los sucesos evocados
frecuentemente no confluyen en una sola memoria, sino en una pluralidad de ellas, muchas veces
contrapuestas. Ejemplos de esto son las divergencias de las imágenes que se tienen del Holocausto
en Alemania Oriental y Occidental (Koonz, 1996) y de la dictadura militar argentina (Jelin y
Kaufman, 1998). Para el caso chileno, esto ha sido confirmado por estudios de corte cualitativo,
que indican la existencia de distintas memorias según la posición política de los grupos entrevistados
(Tocornal y Vergara, 1998; Prado, 2002; Ruiz, 2003).
MEMORIA COLECTIVA E IDENTIDAD SOCIAL
El carácter usualmente conflictivo de las memorias sociales es fácilmente comprensible si se
considera que en ellas se manifiestan muchos de los procesos estudiados en relación con las
identidades sociales. Si los grupos producen representaciones de la realidad en función de las
necesidades asociadas a su identidad, tal como lo plantea la Teoría de la Identidad Social (Tajfel y
Turner, 1986), es lógico suponer que la memoria que se genera y activa en cada grupo esté, al
menos parcialmente, al servicio de tales propósitos.
De este modo, es posible deducir que las representaciones del pasado, se construirán de modo
de asegurar una identidad social positiva. Desde esta perspectiva, no sólo adquieren sentido
aquellos acontecimientos que son recordados por determinados grupos, sino también aquellos
que son olvidados, pues muchas veces se negarán hechos que afectan negativamente la identidad
endogrupal (Silvana de Rosa y Mormino, 2000).
Adicionalmente, la selección y reconstrucción de ciertos episodios del pasado, facilita la definición
y preservación de las fronteras grupales. Esto se manifiesta en la acentuación de la percepción de
semejanzas con miembros del propio grupo y la agudización de las diferencias con miembros de
otros grupos (Eiser, 1990).
Frecuentemente los procesos asociados a la identidad social conllevan tanto un sesgo intergrupal
positivo (la tendencia a favorecer al propio grupo), así como el prejuicio y la discriminación hacia
miembros de exo-grupos. Dichos fenómenos se exacerban en presencia de conflictos de intereses
entre los grupos, produciéndose una rigidez de las fronteras grupales y una polarización
intergrupal (Doise, 1986).
Cuando los conflictos intergrupales son graves y sostenidos en el tiempo, se genera gran emotividad
en las partes, lo que determina una intensa percepción de amenaza, incremento de la desconfianza
e intolerancia intergrupal (Kramer, 1998; Sullivan et al., 1981). En casos extremos, cuando
se produce violencia intergrupal aguda, es frecuente observar ciclos y escaladas de victimización
y venganza (Staub, 2001), que perpetúan la violencia.
La memoria colectiva es un componente central de los procesos intergrupales descritos. En situaciones
de conflicto y violencia, como las que se analizan en este estudio, el recuerdo y el olvido

GENERACIONES POLÍTICAS
El estudio de la memoria autobiográfica, así como el conocimiento en torno a la socialización
política, conducen también a suponer que ciertos grupos han debido quedar más fuertemente
afectados por estos hechos. La literatura científica muestra que los sucesos que ocurren durante
la etapa de consolidación de la identidad personal (adolescencia tardía hasta adultez temprana)
mantienen una alta presencia en la memoria individual (Erikson, 1974; Conway, 1996).
El carácter potencialmente asociado a generaciones de la memoria social también deriva de los
estudios en socialización política, especialmente la teoría de “ciclos de vida”, que coinciden en
definir a la etapa de la adolescencia tardía o de la adultez temprana como el período más decisivo
para perfilar opiniones, actitudes y orientaciones en torno a lo político (Steward y Healy, 1989;
Sears, 1990). Esta etapa en la vida no es importante solamente para formar actitudes u orientaciones
políticas, también es el período en el cual las personas muestran mayor acuerdo con
comportamientos políticos más extremos y desviados (Watts, 1999). Estos fenómenos indican
que la adolescencia es un período importante para la formación de una identidad política que
sigue vigente en etapas posteriores.
La significación subjetiva de los hechos históricos que afectan a distintas cohortes etáreas también
ha sido empleada para comprender la emergencia de distintas generaciones. Desde esta
perspectiva, las generaciones pueden ser definidas a partir del contexto y de los acontecimientos
socio-históricos que les corresponde vivir. Las investigaciones realizadas en el tema muestran que
los acontecimientos sociales marcan diferencialmente a distintas generaciones, incidiendo en sus
actitudes, creencias, expectativas, valores, etc. (Duncan y Agronick, 1995; Schuman y Scott,
1989; Stewart y Healy, 1989).
En el caso de Chile, se pueden concebir al menos tres contextos socio-históricos que pueden
haber afectado, diferencialmente, a distintos grupos generacionales que coexisten actualmente
en nuestra sociedad:
• El período de cambios acelerados y fuerte politización de la sociedad chilena que ocurrió
desde los años sesenta hasta el golpe de Estado en 1973.
• El período del régimen militar (1973-1990).
• El período de retorno a la democracia (desde 1990 en adelante).
En consecuencia, combinando los argumentos anteriores, se puede asumir la existencia de tres
generaciones políticas claramente diferenciadas: la de quienes se socializaron políticamente antes
del régimen militar, la de quienes se socializaron durante dicho régimen y la de quienes lo
hicieron en el período de retorno a la democracia. Dado que la etapa más relevante para la
socialización política es la adolescencia tardía o la adultez joven, en este estudio se empleó como
criterio de referencia el momento en que las personas tenían 18 años. Así, la primera generación
se definió como la de aquellos que cumplieron 18 años entre 1960 y 1973, la segunda, la de
quienes llegaron a esa edad entre 1974 y 1989 y, finalmente, la más joven quedó conformada por
los que cumplieron 18 años a partir de 1990.

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MANZI, Jorge et al. El pasado que nos pesa: La memoria colectiva del 11 de septiembre de 1973. Rev. cienc. polít. (Santiago) [online]. 2003, vol.23, n.2 [citado  2014-03-31], pp. 177-214 . Disponible en: <http://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-090X2003000200009&lng=es&nrm=iso>. ISSN 0718-090X.  http://dx.doi.org/10.4067/S0718-090X2003000200009.





* Este trabajo se basa en una encuesta llevada a cabo en el marco de un proyecto financiado por el Fondo Nacional de
Investigación Científica y Tecnológica (FONDECYT #199-0546).
177-214

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